“Su nombre era el de todas las mujeres” es el álbum inmediatamente posterior a “Balmoral”, reconocida obra de madurez y décimo mejor disco de la historia del rock español para los lectores de Rolling Stone. Es el primero que Loquillo graba tras cumplir 50 años, una edad tradicionalmente vedada para el rock español y que el cantante de Barcelona ha demostrado encarar en plenitud vocal, personal y creativa.
Es el tercer disco de Loquillo grabado a partir de la adaptación de poemas ajenos. Los dos primeros, “La vida por delante” (1994) y “Con elegancia” (1998) estaban dedicados a diferentes autores, pero en este ha preferido repasar la carrera de un poeta tan controvertido y, al tiempo, cercano como él mismo, Luis Alberto de Cuenca.
Aunque el tono de muchas de sus canciones deriva hacia la nostalgia, Loquillo ha afrontado el proyecto como una de sus obras más personales y arriesgadas. Desde luego, no ha sentido nostalgia de sí mismo, no es un nuevo capítulo o coda en su carrera, pese a estar emparentado, por temática, con dos de sus mejores obras, y por sonido, con su último y ya legendario trabajo: “Su nombre era el de todas las mujeres” es el inicio de una nueva etapa en su trayectoria y quizá en la manera en la que el rock en español ha entendido y se ha enfrentado a muchas cosas.
Loquillo y Luis Alberto de Cuenca coinciden en haber hecho algunas cosas –fuera de su carrera artística– que no le han gustado a todo el mundo. También coinciden en que las realizaron porque pensaban que era lo que tenían que hacer y decir. Sin embargo, este disco, sus canciones y sus letras destacan por destilar una indignación, una pasión y una incorrección pura y deliberadamente sentimental. La identificación del cantante con las letras del poeta, es de absoluta interiorización, lo que es fácil que a su vez le suceda a quien lo escuche.
Me gusta esa rabia que acaba por surgir en “La malcasada”, la tristeza tan elegante de “Cuando vivías en la Castellana”, la desesperanza cenital de “El encuentro”… Me gusta escuchar a Loquillo gritando por una chica, de una manera “esperpéntica y absurda que se parecía a la vida”… como dice uno de los versos.
Loquillo ha sido uno de los pocos músicos españoles que ha sabido mantener una identidad netamente ‘rockera’ y al mismo tiempo acercarse sin prejuicios a la canción de autor. Cuando en 1994 publicó su primer disco ‘de poetas’, el género vivía sus últimas horas bajas, al menos mediáticamente hablando, pero estaba a punto de resurgir. Quizá fue casualidad, quizá necesidad personal, quizá instinto, pero lo cierto es que se supo adelantar a los primeros trabajos de Javier Álvarez o Ismael Serrano, que devolverían el esplendor popular al género. Cierto que nunca fue exactamente un ‘cantautor’, como tampoco fue un vocalista de swing, ni en realidad ha sido estrictamente un cantante de rock… Todos ellos trajes que vistió algún día. Pero sí supo utilizar –y vuelve a hacerlo– algunas de sus herramientas, sus argumentos, su estética…
Cierto también que este es el disco ‘de poetas’ con las guitarras más furiosas jamás grabado. Para eso ha sido importante, por supuesto, Gabriel Sopeña, pero sobre todo la labor en el estudio del gran Jaime Stinus, al que es casi imposible definir en su función, pero tal vez valdría con decir simplemente que es el que hace que los discos de Loquillo suenen como suenan.
En fin, que Loquillo, solo al frente, pero en compañía de otros, ha demostrado que se puede elaborar rock para adultos, que lo único correcto que se puede hacer es lo que realmente se piensa y se siente, aunque lo haya pensado y sentido en primera instancia otro –Luis Alberto de Cuenca, en este caso–, que Gabriel Sopeña y Stinus han vuelto a demostrar que saben cómo y dónde estar en el momento justo… y que este disco va más allá de todo lo que han hecho, de todos los álbumes de adaptaciones de poetas que se han grabado –y muy bien, desde aquel primero de Alberto Cortéz dedicado a Machado en los 60– y que lo importante no es que haya ido más lejos, sino que ha ido en otra dirección.
Y como cuentan estas canciones, uno nunca camina completamente solo cuando va hacia ninguna parte.
Darío Vico